Desde los inicios de la humanidad, el ser humano ha tenido
que enfrentar la muerte como un momento crucial en su existencia. Para tal evento
y en dependencia de las formas en que ocurre, la medicina en su compromiso por
el bienestar del ser humano, ha desarrollado técnicas de sostén
que hacen posible el mantenimiento de la vida y la supervivencia.
En el decursar del tiempo muchos aportes de brillantez se han visto desarrollar,
entre ellos Vesalius que en 1543 utilizó la presión positiva intermitente
y la intubación traqueal en animales, Tossach en 1771 la respiración
boca a boca, la reanimación a tórax abierto fue intentada por
Boehm y Schiff al final del pasado siglo, y por otra parte el tratamiento eléctrico
se inicio con Prevost y Wigger en 1899 y 1940.
Safar y Elam en 1948 y 1959 respectivamente expusieron sus notables aportes
sobre la relación oxigenación supervivencia, marcando con ello
las pautas para el desarrollo y prospección futura de los grandes programas
de reanimación mundial 1,2 .
De diferentes ángulos conceptuales el tema de la reanimación fue
enriqueciéndose, acumulando experiencias en el tiempo, lo que hizo posible
años después que los resultados en grandes estudios de los pacientes
que necesitaron de tales procederes, mostraran una mejoría en la supervivencia.
Sin embargo ha existido y existe una sustancial diferencia, y ella está
básicamente en que la reanimación prehospitalaria adolece del
entrenamiento y los recursos necesarios con que cuenta el ámbito hospitalario.
Existe pues en el hospital un condicionamiento previo, disposiciones sobre reanimatología
y asistencia intensiva que no están reguladas en la comunidad. En aquel
el personal de asistencia entrena de forma periódica los procederes dedicados
al rescate en condiciones difíciles y de gran riesgo vital; y en el ambiente
comunitario no es habitual que ocurran casos como aquellos y por tanto la intensidad
de la preparación del personal es menor.
La cardiopatía isquémica como primera causa de enfermedad cardiovascular
y paro cardíaco aporta un elevado número de pacientes al proceso
de reanimación. Dichos enfermos se encuentran en sus áreas de
salud y requieren de un seguimiento y evaluación periódica, dicho
en nuestros términos: DISPENSARIZACION. Por tal razón el personal
dedicado a la atención de dichos pacientes requieren de una capacitación
y entrenamiento en técnicas de Soporte Vital Básico para dar apoyo
lógico y de emergencia ante situaciones de tal envergadura.
Es por ese motivo que la Dirección Nacional del Sistema Integrado de
Urgencias Médicas y conociendo las experiencias que otros países
han acumulado3,4 en ese campo, promueven el programa de Socorrismo
que tiene como objetivo básico y esencial capacitar al máximo
de la población posible en estos temas. Con ello no sólo el personal
de la salud, sino la comunidad en general dispone de conocimientos para enfrentar
tales contingencias y ser capaces de ofrecer a las víctimas el sostén
vital básico hasta ser trasladado a un centro asistencial o se recibe
un equipo entrenado que dará continuidad a la atención del paciente.
Las experiencias de Seattle, Chicago, París, etc que desarrollando grandes
programas educativos permitieron la disminución franca de la mortalidad
extrahospitalaria, ha servido a diferentes países del mundo para reajustar
sus puntos de vista y organizar nuevos conceptos sobre los programas de reanimación
cerebro-cardio-pulmonar.
Es así que estos programas deben ser constantemente evaluados y reconsiderados
según sean los resultados que en diferentes período se obtienen.
De esta manera la retroalimentación por esta vía permite que en
lo adelante se incrementen los conocimientos sobre este particular y el resultado
obtenido se disponga en bien de los pacientes.
Dr. Ramón García Hernández.
Especialista de Primer Grado en Medicina Interna.
Hospital General Docente “Leopoldito Martínez”, San José
de las Lajas.