La cirugía, cuyas raíces se mezclan con el mismo origen del hombre
y con el principio de los tiempos, permaneció durante milenios unida
a sus vínculos primitivos, participando quizás en una forma genérica,
en la preservación de la especie y el individuo. En ese entonces era
apenas arte, pero ya con el sublime objetivo de mitigar el dolor y aliviar el
sufrimiento.
A través de un constante proceso de evolución, pasó a ser
considerada una ciencia desde mediados del siglo pasado, cuando surgieron los
pilares básicos de la cirugía moderna1.
El comprender que el acto quirúrgico representa una agresión al
organismo porque provoca alteraciones notorias de la homeostasis despertó
en los cirujanos el interés por resolver el problema. Dentro de este
contexto se incluye la búsqueda de soluciones quirúrgicas menos
traumáticas y agresivas. La tecnología emergente debe ir dirigida
a minimizar el trauma sin detrimento de la eficiencia y la seguridad, que es
exactamente la forma en que entendemos y aclamamos la inclusión de la
videocirugía en nuestro arsenal de trabajo, no como una especialidad
más, sino como un avance tecnológico que brindará alternativas
y soluciones.
El uso de la laparoscopia se remonta a 1901, cuando en Rusia el ginecológo
Dimitri Oscarovich practicó la primera endoscopia para visión
directa de las cavidades pélvica y abdominal. En Alemania Kelling y Jacobeus
en Suecia, se dieron cuenta de la necesidad de insuflar con aire la cavidad
abdominal para conseguir una mejor visualización de la misma e introdujeron
el neumoperitoneo, un método de amplio uso en ginecología.
En 1987, en Lyon Francia, Philippe Mouret practicó la primera colecistectomía
laparoscópica, en 1989 en EUA popularizaron esta innovación tecnológica
y en muy corto tiempo la volvieron cirugía de rutina.
Numerosas series han demostrado las ventajas del procedimiento laparoscópico
sobre la cirugía abierta tradicional, como son la disminución
de los días de hospitalización, la convalescencia más corta
y la reducción del trauma quirúrgico, que ha sido medido a través
de las alteraciones de las proteínas plasmáticas de fase aguda,
los niveles de cortisol y las subpoblaciones de linfocitos CD-3, CD-4 y CD-8,
factores éstos que se alteran menos en la colecistectomía laparoscópica
que en la cirugía tradicional.
Con el auge de la cirugía laparoscópica, muy pronto aparecieron
nuevas operaciones endoscópicas en la práctica quirúrgica,
como aquellas para la hernia hiatal, la hernia inguinal, la vagotomía
para la enfermedad acidopéctica, las resecciones intestinales asistidas
y la cirugía torácica por videotoracoscopía. De manera
indiscutible, hoy se puede afirmar sin ninguna duda que la colecistectomía
por via laparoscópica constituye el estándar de oro para la extirpación
de la vesícula biliar2.
Los cambios que introdujo la cirugía de invasión mínima,
no sólo en la práctica del acto quirúrgico sino en la innovación
global de las ciencias quirúgicas (donde se presenta como el eslabón
más idóneo que se enlaza con la entrada cada vez más próxima
de la cirugía robótica y la telepresencia), nos hace suponer,
que comienza una nueva teoría quirúrgica.3
En el campo de las numerosas oportunidades nacientes, estas fueron aprovechadas
al máximo por la industria, que supo desarrollar con asombrosa rapidez
grandes avances tecnológicos, al tiempo que, al difundirlos, satisfizo
la avidez del cirujano entusiasta4.
"No todo lo nuevo es mejor .........", reza un viejo proverbio. Inmersos
en esta vorágine de la cirugía de invasión mínima,
los cirujanos responsables debemos tener la mente clara y la determinación
firme para saber distinguir entre lo posible y lo imposible, entre lo deseable
y lo indeseable, entre lo que es sensato y lo que es ostentación , para
saber elegir el cambio de la moderación y el juicio correcto, teniendo
siempre como precepto fundamental decidir lo mejor para el paciente5.
Dra. Emilia Pimentel Díaz.
Especialista de I grado de Cirugía General.
Hospital General Docente "Leopoldito Martínez".
San José de las Lajas.